Este artículo es un tema totalmente personal, es una bonita reflexión de vida.
Hace un tiempo, fui con mi hijo al parque de la unidad donde vivimos. Jugamos un rato y cuando ya íbamos de regreso, pasamos por el gimnasio y a él le llamó mucho la atención ver a las personas que estaban haciendo diferentes ejercicios; estaba fascinado y se quedó por unos minutos observando. Yo me quedé mirándolo a él, y de repente me dijo:
– Mamá, me gustaría ser adulto.
Con cara de asombro le pregunté: ¿Para qué quieres ser adulto?
Me respondió:
Para poder venir al gimnasio y hacer ejercicio.
Automáticamente me reí y le dije: «Tesoro, tú puedes hacer ejercicio de muchas maneras y no necesariamente tienes que venir al gimnasio.»
Él continuaba observando a las personas y volvió a decir:
Pero es que todo eso se ve muy cool.
Y yo, con el ánimo de querer cortar con esa idea, le dije:
Hijo, deja de decir esas cosas. Antes ya quisiera yo poder volver a ser niña y disfrutar de nuevo esa etapa.
Internamente me decía a mí misma: «De niños no teníamos preocupaciones, solo era jugar, ir al colegio, comer, dormir, cosas sencillas.» Estuve por unos minutos cerrada en ese pensamiento, cuando me percaté de que mi hijo me estaba mirando muy pensativo, como con una sensación de no entender lo que le dije.
Me dijo: – Mamá, ¿cierto que eso no fue lo que quisiste decir? ¿No es cierto que te gustaría volver a ser niña?
Le contesté: ¿Por qué dices eso? Esa etapa es muy bonita y especial.
Y me contestó:
Si eso fuera así, entonces quiere decir que yo no hubiera nacido, ¿entonces a ti te gustaría que yo no hubiera nacido?
Eso fue como un disparo al corazón. Me quedé helada por unos instantes, y cuando por fin reaccioné, comencé a explicarle que eso no era lo que yo había querido decir, que no pensara eso, a tratar de convencerlo de que no tenía nada que ver con eso. Y bueno, finalmente le dije que nos fuéramos ya a casa.
Ahora me encontraba ante esta situación:
Una madre que reflexiona sobre la simplicidad y la falta de preocupaciones de la infancia, y un hijo que cuestiona si ella realmente preferiría volver a ser niña y perder la oportunidad de tenerlo a él en su vida.
La experiencia anterior me tuvo pensativa el resto del día. Entre todas mis reflexiones, rescaté lo siguiente:
Lo primero es observar cómo vivimos recurrentemente en automático y damos respuestas inmediatas basadas en situaciones momentáneas. Estoy segura de que tal vez ese día estaba cansada de las responsabilidades de la vida adulta, o con algún problema familiar, o algún tema laboral, y todo eso pudo ser la causa de mi respuesta. Pero muchas veces el día a día nos nubla tanto que no vemos con claridad todo el panorama y lo que esto conlleva.
En ese momento no tuve la capacidad de darme cuenta de que si realmente quería volver a ser niña, entonces mi hijo no estaría conmigo hoy en día, y realmente eso no es así. Mis hijos son el mejor regalo que tengo, lo que más disfruto y amo en la vida.
Lo segundo, muchas veces acumulamos, dejamos que el día a día y su afán nos consuman y no vemos el panorama completo de nuestra vida. Tal vez la respuesta indicada debió ser: «No te preocupes, hijo, que algún día serás adulto y podrás hacer todo eso. Por ahora, puedes hacer ejercicio de otras maneras, disfruta tu niñez».
Lo tercero, debemos prestar atención a lo que deseamos, y asegurarnos de que realmente todo eso que deseamos nos acerque a nuestra tranquilidad y felicidad.
Lo cuarto y muy importante que aprendí es tener mucho cuidado con las respuestas que le damos a un niño, ya que ellos se toman todo muy literal. Ellos tienen la capacidad de entender y ver con lupa el panorama de lo que les decimos.
Mi reflexión e invitación de hoy es que podamos ser muy conscientes de nuestros deseos. Antes de manifestarlos, debemos estar seguros de si realmente es lo que deseamos y por qué lo deseamos; si realmente eso que deseamos nos trae tranquilidad y, por consiguiente, felicidad.
Ximena Salazar H.
Debemos prestar atención a lo que deseamos, y asegurarnos de que realmente todo eso que deseamos nos acerque a nuestra tranquilidad y felicidad.
Ximena Salazar H.

