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    Hoy voy a continuar hablando de cocina, un tema que me gusta mucho y que tiene mucho para explorar.

    Existe un ingrediente mágico, único y que marca la diferencia en la cocina. Seguramente están pensando que se trata del amor, y sí, es cierto, el amor y el cariño hacen que todo quede con mejor sabor, pero quiero hablar de algo más realista como cocinera.

     Existe un ingrediente muy pequeñito pero poderoso, de apariencia insignificante pero irremplazable. Su presencia no se nota, pero su ausencia hace que todo pierda su sabor. Para muchos, este ingrediente puede ser la pimienta, el comino, el jengibre, el orégano, el ajo, etc. Pero para mí, este ingrediente es la sal.

    La sal es un tesoro cristalino que tiene no una, sino muchas funciones importantes; entre ellas: realzar sabores, transformar preparaciones, equilibrar texturas, incluso sirve para la preservación de alimentos. La sal, para mí, es el ingrediente perfecto, porque da sabor, rinde mucho y sin dejar de lado que es uno de los ingredientes más económicos que se pueden conseguir.

    La sal puede ser magia: si se usa adecuadamente y en un punto de equilibrio, puede convertir algo ordinario en algo completamente extraordinario.

    Después de hablar maravillas de la sal, es hora de realizar la correspondiente analogía con la vida. La sal es un condimento básico y común, pero tiene el poder de transformar cualquier receta, es decir, nuestra vida, porque, como ya lo había dicho antes, la vida es una receta.

    La sal representa el equilibrio perfecto, ya que es esencial para dar sabor, pero en exceso es perjudicial para la salud, además de que es difícil comer algo salado.

    La sal representa transformación y crecimiento, ya que tiene el poder de cambiar y mejorar texturas y sabores.

    La sal representa satisfacción, porque no hay nada más agradable que comer un plato delicioso y en su punto.

    La sal es una alarma, porque nos sirve como recordatorio de que lo pequeño y de apariencia insignificante merece más atención de la que a veces le damos.

    Voy a contar una anécdota que me ocurrió hace años, para entender mejor el poder de la sal. Mis papás vivían en otra ciudad, y en una ocasión decidieron venir a realizar algunas diligencias, visitarnos y quedarse con nosotros. El viaje se alargó y llegaron a altas horas de la noche. Estaba haciendo mucho frío y no habían comido para no interrumpir el viaje y no llegar más tarde de lo que ya venían. Cuando me avisaron que ya estaban cerca, decidí prepararles un delicioso chocolate, perfecto para el frío, además de que yo sabía que les gustaba mucho y que traían pandequesos para acompañarlo. Procedí a calentar la leche, agregué a la licuadora el chocolate y un poco de azúcar, o bueno, eso creía yo, pero por descuido agregué sal. Como es mi costumbre, probé un poco del chocolate y, de inmediato, me di cuenta de mi primer error. En ese momento me avisaron que llegaron mis papás, entonces cometí mi segundo error, en vez de descartar ese chocolate y preparar uno nuevo, intenté reparar el que ya había hecho. Entonces, le agregué más azúcar, y volví a licuar; efectivamente, había mejorado el sabor, pero no del todo, entonces le agregué nuevamente más azúcar y volví a licuar; aún no me convencía el sabor, entonces por tercera vez agregué azúcar y volví a licuar; ahora para mí ya estaba solucionado el problema. Llegaron mis papás, los recibimos, se acomodaron y los invité a degustar un delicioso chocolate, el cual empezaron a tomar con mucho gusto, pero inmediatamente vi una extraña expresión en sus rostros. Yo no dije nada, y después de unos minutos, mi mamá me dijo: ¿Cierto que le echaste sal en vez de azúcar? Yo, con mi cara roja de la pena, no pude más que asentir con la cabeza y dirigirme a la cocina a preparar un nuevo chocolate. Inmediatamente mi papá comenzó a reír y hasta el día de hoy no lo olvidan, y yo tampoco; me convertí en el chiste que no olvidarán jamás.

    Después, reflexioné en todos los ingredientes que desperdicié: la leche, el chocolate y el azúcar que agregué en varias ocasiones, y finalmente, lo que tuve que hacer fue prepararlo nuevamente.

    Entendí lo poderosa que es la sal, y perfectamente podemos comparar mi anécdota anterior con muchas situaciones en la vida, por ejemplo, con la confianza, una vez que se pierde, es muy difícil recuperarla. Yo, por error, agregué sal, y fue muy difícil volver a encontrar un sabor aceptable y finalmente se perdió por completo lo que había preparado.

    Después de que seguramente también te reíste de mí, hoy quiero invitarte a que pienses: ¿Cuál es tu ingrediente diferenciador en la cocina y en la vida? ¿Qué te hace sentir magia, transformación, crecimiento, equilibrio y satisfacción?

    Ximena Salazar H.

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